Arde la frontera

 

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Texto por: Santiago Torrado

Año: 2020

 

La postal de una cadena humana que hiciera ingresar en Venezuela las ayudas solicitadas por Juan Guaidó nunca llegó. La “avalancha humanitaria” se estrelló con las armas y los gases lacrimógenos de los militares leales al chavismo y los colectivos que aún respaldan a Nicolás Maduro. En el puente Simón Bolívar, el principal cruce fronterizo entre Colombia y Venezuela, en lugar de un ingreso triunfante, el escenario se descompuso a lo largo de la tarde hasta tornarse sangriento.

El día decisivo, en el puente decisivo, comenzó muy temprano, cuando dos tanquetas de la guardia venezolana llegaron hasta la propia línea limítrofe, donde se bajaron tres uniformados, con sus armas en alto, y pidieron auxilio a las autoridades colombianas. En el tumulto, dos personas resultaron heridas y salpicaron de sangre las vallas de Migración Colombia. Las tres primeras deserciones de una esquizofrénica jornada.

 La tensión se acumuló a partir de ahí. De un lado, el cordón policial de los agentes de la Policía Nacional Bolivariana, inmóviles pero nerviosos, cerraba filas ante las decenas de personas que se agolpaban antes de la llegada de las camiones. “Lo vamos a hacer por las buenas”, gritaban algunos en un intento por rebajar los ánimos. “Vamos a ver cuántos son ustedes y cuantos somos nosotros”, les retaban otros. Cuando se acercaban los suministros, abundaban las invitaciones para que se acogieran a la amnistía que les ofrece el líder de la Asamblea Nacional: “Vénganse muchachos, piensen en sus familias”. Para entonces empezaban a llegar del lado venezolano el sonido de ráfagas y detonaciones, aún distantes, y las noticias de que se había puesto en marcha la represión. Pronto los estruendos serían mucho más cercanos.

La creciente multitud arengaba a los militares a dejar pasar las ayudas prometidas, hasta que llegó la marea humana, la anticipada “avalancha humanitaria”. Con banderitas y entonando el himno, se detuvieron ya sobre el espacio encajonado del puente, a menos de 100 metros de los policías venezolanos, respaldados por grupos paramilitares armados. De pronto, la marea se lanzó a la carga, decidida a avanzar hasta quedar cara a cara con los uniformados, solo separados por los escudos. Muy pronto, lanzaron las primeras bombas de gas lacrimógeno. Con los ojos y las gargantas aún ardiendo, se desató la frenética estampida sobre la estrecha estructura de concreto. El primer intento había fracasado, la gente se había dispersado, algunos caídos sobre el asfalto, y los chalecos azules, los voluntarios de Guaidó, intentaban poner orden en el caos.

 El diputado y médico José Manuel Olivares, siempre en primera línea, como habían prometido los encargados de Guaidó en cada uno de los cuatro pasos de Colombia a Venezuela que anhelaban coronar, atendía algún herido y regresaba al frente. Las rondas de gases y las detonaciones aumentaban su intensidad. En la boca del puente, la llegada de los camiones cargados con suministros impregnaba optimismo y desataba un cántico de “libertad” que no se correspondía con la batalla campal que se libraba sobre el río Táchira, con los grupos armados ya muy próximos a los militares.

Del lado colombiano abundaron los encapuchados, bien para esconder su rostro bien para protegerse de los gases lacrimógenos. Los voluntarios comenzaban a resignarse a que del otro lado les estaban “cayendo a plomo”, y no contarían con la calle que necesitaban para enlazar algún tipo de cadena humana. En los pilares del puente, los encapuchados lanzaban incursiones a pedradas, mientras los gases lanzados desde Venezuela estallaban cada vez más en el lado colombiano.

En el primer par de horas quedó claro que el puente era escenario de una batalla de desgaste. A través de ese puente o por las trochas, los senderos irregulares que unen los dos países, llegaban por goteo, como una necesaria consolación, nuevas deserciones recibidas con júbilo y gritos de “sí se puede”. El punto álgido llegó cuando un miembro de un colectivo chavista, agarrado por la turba enfurecida, terminó del lado colombiano. El diputado Olivares y otros chalecos azules fueron zarandeados y golpeados por protegerlo para evitar que lo lincharan. Al final del día, 61 miembros de las diferentes Fuerzas Armadas de Venezuela desertaron de sus puestos y buscaron refugio en Colombia.

Con mayor frecuencia que las deserciones pasaron los heridos, por traumatismos, fracturas, golpes en la cabeza o balas de goma. De cuando en cuando se prendían llamaradas que no llegaron a salirse de control. Al caer el sol, era claro que las ayudas no iban a poder pasar y había un saldo de 285 lesionados. Sus impulsores decidieron entonces proteger la vida de los voluntarios. La decisión de replegarse, y de regresar los camiones al centro de acopio, no cayó muy bien entre la turba incontrolable, que se resistía a alejarse del humo y las detonaciones. Las ayudas acabaron salvaguardadas una vez más en las bodegas de acopio del puente de Tienditas. De vuelta al punto de partida.

 

 

 

 

 


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