Historia de una portada

 

 

En febrero de 2011 la editorial Aguilar en Bogotá me comisionó la imagen de portada para el libro La eterna parranda de Alberto Salcedo Ramos. En un principio pensé, con toda lógica, que en mi archivo aparecería algo que seguro se ajustaba a los requisitos de diseño. A lo largo de ocho años de trabajo junto al gran periodista y amigo, eran ya muchas las historias que habíamos tenido el privilegio de cubrir y compartir para diversas publicaciones dentro y fuera del país. El libro sería una selección de 27 crónicas escritas por Alberto desde el año 97, y necesitaban una imagen que pudiera, mas o menos, sintetizarlo todo en su portada.

En su forma, la cubierta debía parecerse a las de la Colección Crónica publicada desde tiempo atrás por la editorial: imagen vertical en blanco y negro, que soportara una franja sencilla de color y texto, sin que se perdiera su mensaje y valor fotográfico. Como ejemplo, me hicieron llegar copia de las cubiertas de dos libros de Gay Talese de la misma colección.

En una primera pasada por mi archivo concentré el esfuerzo en buscar fotos que no incluyeran ningún elemento relacionado con el título del libro. Por lo menos no en lo mas evidente y literal. No quería acordeones ni escenas asociadas a la parranda vallenata, y opté por composiciones y situaciones que introdujeran el tono caribe presente en la mayoría de los textos escogidos. Separé y propuse un grupo de imágenes que pensé funcionarían perfectamente y que comparto en una galería al final de este texto. Incluyo también la única foto a color que creí podría funcionar para el propósito.

Alberto opinó que la selección estaba bien, pero que preferiría algo que sí tuviera presentes algunos de los elementos que yo quería evitar. No había mucho tiempo y en mi archivo ya nada funcionaba para la tarea. Días después, un viaje de trabajo me llevó por primera vez al carnaval de Barranquilla. Pasé tan solo una tarde en la batalla de las flores en donde me moví con las comparsas disparando y deseando que de allí saliera lo que necesitaba.

Sin mucha dificultad, pasadas las cuatro de la tarde, en un rincón de la vía 40, con una buena luz en contra y como diseñada para el libro, encontré la foto. La escena, que incluye algunos músicos y sus instrumentos repartidos en el encuadre junto a un hombre a punto de soplar su clarinete, fue apenas una entre las muchas a las que aposté mientras pensaba y disparaba. Al editar fue claro que era esa y sólo esa la que nos funcionaba. Lo mismo opinaron Alberto y la editorial.

Casi un año después de que el libro saliera con éxito al mercado, un estudiante de literatura le escribió y le hizo llegar a Alberto un perfil sobre el clarinetista misterioso. Resultó ser un músico llamado Pedro Arroyo, nacido en Sahagún, Córdoba, que participaba en una comparsa aquella vez. Cuando Alberto me llamó para contarme la anécdota, me alegré mucho y sólo opiné que era un gran cierre para esa buena foto de portada. Salcedo me dijo muerto de risa y sorprendido: No, marica, ¿no te das cuenta?, ¡nos persiguen las historias!

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Octubre 17 de 2012


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