Buda's Birthday

 

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Texto: Andrés Felipe Solano
 

El 22 de diciembre de 2013 la policía de Seúl entró por la fuerza a las oficinas del sindicato de trabajadores ferroviarios y así rompió uno de los pactos tácitos entre el gobierno de Corea del sur y los trabajadores: bajo ningún motivo se puede pisar las dependencias de las centrales obreras sin una orden judicial. La intención de la policía era arrestar a los líderes sindicales de la empresa de ferrocarriles nacionales por negarse a negociar con la directora de la compañía el fin de una huelga de trenes que había puesto en jaque al país entero. De los 50 millones de habitantes de Corea del sur, la mitad vive en lo que se conoce como la gran Seúl, una zona con la capital propiamente dicha como cabeza y con 27 ciudades satélites conectadas a través de una telaraña de rieles.

La cúpula del sindicato logró escapar de la redada policial y se refugió en el templo budista de Jogyesa, en el centro de la ciudad, a pocos metros del principal palacio real y relativamente cerca de la Casa Azul, la residencia presidencial. Los monjes budistas protegieron a los líderes obreros hasta que la situación se normalizó el 30 de diciembre. La policía entró a las patadas a las oficinas del sindicato generando escozor entre los ciudadanos pero jamás se hubiera atrevido a pasar sin permiso las puertas del templo principal de la orden Jogye, la más poderosa del país. A diferencia de lo que sucede en Japón, donde los monjes budistas son ciudadanos como cualquier otro, en Corea del sur ostentan una dignidad especial y un poder específico. A finales del siglo XIX, el gobierno de Japón promovió con un edicto gubernamental el matrimonio de los monjes con la secreta intención de llevarlos a la secularización para que fueran vistos como civiles y no clérigos y por lo tanto fueran considerados como reclutas del ejército imperial. Por su parte los monjes budistas coreanos nunca abandonaron el estricto celibato apegado a la norma tradicional y lograron mantener hasta hoy una influencia notable en la sociedad. Por ejemplo tensiones entre cristianos protestantes y la orden de Jogye se hicieron evidentes durante el periodo presidencial de Lee Myung-bak (2007-2012), un conservador presbiteriano y ex alcalde de Seúl que en su momento declaró a la ciudad como un lugar sagrado gobernado por Dios y a los seulitas hijos de Dios. Lee buscó favorecer a diversos grupos cristianos, sus electores, pero se encontró de frente con la oposición de los Jogye.

Así, al sur de la península coreana los templos están lejos de ser construcciones decorativas visitadas por piadosos o turistas. Son santuarios donde la austeridad y la sencillez son elogiadas al máximo en un país donde la espiral consumista rompe récords (el promedio de tarjetas de crédito por persona en Corea es de cinco). Los templos también son lugares visitados por poderosos en busca de consejo o ansiosos de dar una ofrenda a Buda. De esta manera se mantienen en el centro de muchas discusiones.

A pesar de que el cristianismo creció como espuma de cerveza en los últimos cincuenta años en Corea del sur, a tal punto de repartirse por trozos iguales el total de los fieles con el budismo, este último continúa siendo parte fundamental de la identidad coreana. No hay mejor ejemplo de esto que la celebración del cumpleaños de Buda en el país.

El Bucheonim osin nal, literalmente “el día en que Buda llegó”, es una de las fiestas más importantes en todo Asia pero los coreanos la conmemoran con especial fervor. Por regla se celebra el octavo día del cuarto mes según el calendario lunar. En el 2014 cae el 6 de mayo pero un mes antes de la festividad los templos y las calles adyacentes, incluso las grandes avenidas, empiezan a ser decoradas con miles de faroles hechos en hanji (papel de arroz). La mayoría toma la forma de la flor de loto, símbolo budista por excelencia. Representan una vida larga y saludable, así como el deseo de una buena cosecha justo cuando se acerca el momento ideal para la recolección en primavera.

Durante el cumpleaños de Buda en los templos y parques coreanos se juega a la balanza o al Jegi Chagi, que consiste en patear con el borde interior del pie un objeto parecido a una pelota de bádminton. Hay bailes de máscaras tradicionales, espectáculos acrobáticos similares a los que se presenciaban en los pueblos hace siete siglos. Uno de ellos muy popular es caminar sobre la cuerda floja. Y por supuesto se fabrican las lámparas para la celebración. Casi todas son de color rojo, fucsia o dorado y llevan atadas un papelito con el nombre de la persona que la hizo y el deseo que quiere que se cumpla en este nuevo año. Las blancas representan a los queridos muertos. En las noches se enciende la vela que lleva dentro cada lámpara y los monjes queman los papelitos uno por uno. Antes se realiza una ceremonia llamada Tapdori, en la que se toca música mientras los participantes rodean el templo y caminan de la mano para demostrar que son uno solo. Los fieles más entregados tratan de visitar el templo de Bongamsa a dos horas de Seúl, donde los monjes toman en serio la meditación. El lugar solo está abierto al público un día al año, el día del cumpleaños de Buda.

En las calles de la capital los no practicantes llenan la ciudad con faroles más elaborados, a los que se les atan fuegos artificiales y recorren varios kilómetros de avenidas que pueden tener hasta ocho carriles.

La comida también hace parte de la celebración. En todos los templos del país se reparte gratis te verde, de cebada o de maíz y cuencos calientes de bibimbap, un arroz glutinoso mezclado con pasta de ají rojo, huevo frito, hongos y diferentes hierbas y verduras traídas de las montañas. En las casas se cocinan pequeños pasteles de arroz decorados con flores de azalea, dumplings de pescado y rollitos de perejil coreano, carne al vapor y huevos duros en juliana que se sumergen en una salsa de vinagre y pasta de ají antes de ir a la boca.

Si bien el cumpleaños de Buda es un festivo oficial que involucra a la mayor parte de la población, esa no ha sido su condición por mucho tiempo a pesar de que el budismo llegó a Corea en el siglo IV proveniente de China. El nacimiento de Jesús o día de la natividad, fue declarado día nacional antes que el día del nacimiento de Buda. La razón tiene un fuerte carga política de lectura transparente, como la mayoría de las cuestiones importantes en el país. Casi desde la proclamación de la República de Corea del Sur el cristianismo ha tenido un apoyo decidido de parte de los líderes del gobierno. El primer presidente, Syngman Rhee, declaró festivo oficial a la navidad en 1949 cuando los seguidores de Jesús apenas representaban el 3.7 del total de la población. Rhee era un coreano miembro de la Iglesia Metodista que fue escogido a dedo por el gobierno de Estados Unidos para dirigir el país luego de que terminara la Segunda Guerra Mundial y con ella el dominio de la península por parte de Japón, que se la había anexado en 1910. Desde ese entonces la conmemoración del nacimiento de Jesús se celebra en Corea del sur por practicantes y no practicantes. Por supuesto que el budismo peleó por un reconocimiento parecido pero solo llegó de la mano de Park Chung Hee, el dictador que modernizó a Corea del sur en los años sesenta. La esposa de Park era una devota budista y solo por esa vía el nacimiento de Buda fue reconocido como festivo oficial.

Este hecho es una muestra más de la intrincada historia de un pequeño pero crucial territorio en la esquina de Asia al que han querido dominar chinos, rusos y japoneses por igual desde hace siglos y que finalmente sucumbió a la influencia de Estados Unidos una vez se acabó la guerra que dividió el país en Corea del Norte y Corea del Sur. Influencia que se palpa en la explosión de iglesias cristianas desde el fin de la guerra de Corea, organizaciones religiosas de las que son miembros los dueños de las principales empresas coreanas. De alguna manera el budismo es un acto de resistencia pacífica a esa influencia exagerada y la nutrida celebración del día de Buda así lo atestigua.

 


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