El aguante decisivo

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Cuando Ansel Adams afirmó que una fotografía no se toma sino que se hace, o que saber dónde pararse es lo que también hace buena a esa foto, se refería al trabajo más allá de la simple presión del índice sobre el disparador. Ernst Hass agregó también que el lente mas importante son las piernas y así, cada fotógrafo legendario ha aportado algo al tema a lo largo de la historia. Moverse, acomodarse, calcular, anticipar. Ver la imagen en la mente mucho antes de llevar la cámara hacia el ojo es uno de los talentos definitivos para este trabajo. Con el tiempo y la experiencia todo se reduce a segundos o a fracciones, aunque el límite real siempre sea el resultado final.

A continuación comparto tres fotografías que tienen en común el haberlas esperado por cerca de una hora antes de obturar. Son los ejemplos mas precisos que tengo de lo que conocemos como previsualización –exagerada en estas experiencias– pero que aplicada a cualquier velocidad, determina con justicia el resultado y calidad de una foto.

La primera es la imagen de una libélula en reposo. Sucedió hace años durante un viaje al Darién chocoano. El plan no era fotografiar insectos pero algo en éste me hizo trabajar. Un medio día, de pasada por un potrero extenso que fue selva y ahora era pantano, la vi despegar y aterrizar, incansable, de la única rama que asomaba en el lugar. Se elevaba y se alejaba por momentos, más o menos largos, pero siempre regresaba. La esperé agachado, casi sumergido y apuntando firme con el teleobjetivo. Tenía clara la composición, los ajustes de luz y el instante también. Dependía de que permaneciera ahí cinco segundos o más posando en mi dirección. Este es el mejor de dos únicos disparos.

La segunda foto fue tomada en India. Cerca de Agra existe un complejo arquitectónico llamado Fatehpur Sikri o “Ciudad de la Victoria”. Es una fortaleza inmensa de color ladrillo, con templos y monumentos estupendos levantados para ser capital del imperio Mogol cinco siglos atrás. En uno de sus pasillos amplios, de techos altos, poblado de arcos y columnas, me detuve a esperar la foto que quería, concentrando mi esfuerzo en retratar la dimensión de la estructura. Todo lo demás estaba decidido y bajo control. Desde ese ángulo, sentado, vi pasar el tiempo, los turistas, los empleados del lugar. A veces no pasaba nadie y esa era la foto menos conveniente. Al final una mujer apareció caminando desde el fondo, lenta y en mi dirección. Es el único disparo.

La última imagen la encontré por pura suerte en una esquina de La Habana. El escenario y la oportunidad tenían que ver con algo que me atrae mucho de la ciudad: la convivencia alegre y pacífica de sus habitantes con esa serpiente marina que a veces parece ser el malecón. No llevaba la cámara en el momento y tuve que volver por ella. En ese recorrido, sin afán, fabriqué la imagen que debía suceder. La escena, que seguía igual cuando volví, incluía una luz que se mantendría estable por un buen rato. También se mantenía la marea que hacía reventar las olas cada tanto contra el muro y que inundaba la vía llegando casi hasta mis pies. La cantidad y calidad del charco sobre el pavimento daban para que un trozo de arco iris apareciera y desapareciera milagrosamente, mientras la salpicadura de las llantas regresaba a su lugar. Lo siguiente era esperar por un carro viejo que aportara el carácter de la isla, que coincidieran las olas y las pinceladas de color. Hay dos o tres versiones. Esta es la que prefiero.

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Chocó. Colombia

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Fatephur Sikri. India

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La Habana. Cuba

 

Marzo 16 de 2012


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